Las promesas de Dios.
La Biblia declara que Dios “nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a cause de la concupiscencia.” (2 Pedro 1:4) Al aferrar-nos a lo que Dios nos ha prometido en su palabra, logramos obtener a su carácter en nuestras vidas. Y entendemos que la vida eterna, prometida a los que confiesan a Cristo, no solo comienza cuando llegamos al “más allá” sino comienza en el momento de recibirlo como Salvador y Señor.
Cuando Crowfoot (pie de cuervo), el gran jefe indio de las tribus Blackfoot (pie negro), al sur de la provincia de Alberta, le dio permiso a la Compañía de Ferrocarriles Canadienses para que cruzara por en medio de sus tierras, le dieron a él como obsequio un pase sin límite para usar el ferrocarril durante toda su vida. Crowfoot lo metió en una cajita de piel y lo llevó atado a su cuello por el resto de su vida. No hay constancia, sin embargo, de que usara ni una sola vez los servicios del ferrocarril canadiense.
Sucede frecuentemente que las promesas de Dios son tratadas de igual manera por los cristianos. Las cuelgan en cuadros bellísimos en las paredes, las atesoran en pequeñas cajitas, y cantan fervorosamente: “Todas las pro-mesas del Señor Jesús son apoyo poderoso de mi fe. Siempre en su promesas confiaré.” Pero nunca reclaman el cumplimiento de esas promesas en tiempo de necesidad. ¿De qué sirve tenerlas en cuadros y cajitas si no las tenemos en nuestro corazón?
Las promesas de Dios no son como las promesas de los hombres. Como la biblia dice “Dios no es hombre, para que mienta . . .antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso.” (Números 23:19, Romanos 3:4) Las promesas de los hombres – desde las promesas que los padres hacen a sus hijos, y las promesas de amor eterno de un varón a su prometida y hasta las promesas de los políticos. No son confiables pero “todas las promesas de Dios son en él (Cristo) Sí, y en él Amen” (2 Corintios 1:20)
Un pastor del estado de Pensilvania fue invitado a predicar en la reservación india de la tribu Sioux en el estado de Dakota del Sur. Él sentía bastante mal, preguntándose a sí mismo ¿Cómo voy a yo, un hombre blanco, compartiré un mensaje a esa tribu cuando todos mis antepasados les habían hecho tratados de paz y habían roto todos ellos? Todos mis antepasados eran mentirosos, prometiendo lo que no tenían ninguna na intención a respetar. Perplejo, el pastor buscaba y buscaba a Dios de lo que iba a predicar. Después de un largo tiempo de oración, introspección y evaluación guiado por el Espíritu de Dios llegó a predicarles a la nación Sioux un mensaje titulado: “Dios, el único que nunca ha roto un tratado de paz.”
Dios es fiel a sus propias promesas. La fidelidad de Dios es mayor que la infidelidad de los hombres. El profeta Isaías proclamó: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” (Isaías 55:11). Uno podrá apostar su vida sobre lo que Dios dice en su palabra. Entre las muchas “grandísimas” promesas de Dios, hay una tan especial: “Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.” (Hebreos 4:16) ¡Que promesa! Mediante los méritos de Cristo, ya podemos acceder al mismo trono de Dios . . . lugar donde solo una vez al año el sumo sacerdote levítico tenía derecho al entrar . . . y por el sacrificio de Cristo cada uno de nosotros podemos entrar todos los días para conseguir su gracia y salir victoriosos sobre cualquier cosa que nos enfrente. Otra vez ¡Que promesa!
Pastor Mike Havlin